El Ching asume un sesgo de "antifilosofía", contrario a como suele entenderse, no busca una verdad sino fluir en un advenimiento de manera congruente, ya que el sabio confía en este proceso regulado que describe un matriz de 64 figuras, que no conceptos.
De ahí que el sabio o chün tzu, quien se guía por el proceso inmanente que pone en juego el I Ching, este hombre noble o prudente o virtuoso o "constructor de sí mismo", no tiene "ideas propias", contrario también a lo que comúnmente suele creerse.
No tener "ideas propias" se traduce en una mente sin prejuicios: mente disponible, para los "chinos".
Cada "así" o fenómeno que surge ante uno mismo, se resuelve de manera abierta. Espontánea (mente), como viniendo desde un inconsciente recóndito (o genético) que a la vez "confluye" con otro que se expresa en la superficie misma, ese "estructurado como un lenguaje"-- dos homeostasis... pero al fin de cuentas: palabras que dicen mucho sin decir nada.
Ya lo dijo Jacques Lacan: no sabemos lo que decimos.
Por ejemplo, ¿en qué consiste "el tiempo", según la práctica sabiduría no dual del I Ching?
Momento-ocasión en una duración atravesada por una tendencia. Esa "tendencia", la marca la mutación de una o más líneas dentro de cada figura: la mutación en sí, de ahí, una de las traducciones: el libro de las mutaciones.
En Occidente necesitamos del "ser", porque el "devenir" es pura incertidumbre. Pienso ahora en Spinoza: los hombres luchan por su esclavitud como si fuera su salvación.
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