De Grecia a China a Grecia.
El erudito chino vivió en una de las peores épocas de la historia china, nos advierte François Jullien. La caída de la dinastía Ming en 1644 ("una de las mayores eras de gobierno disciplinado y estabilidad social de la historia humana") por la invasión de los manchúes.
Pudo Wang Fuzhi haberse ido con los budistas o volverse errante o entregarse a cualquier fe, sin embargo, se mantuvo a salvo --huyendo escondido-- estudiando y aplicando el Libro de las Mutaciones de lo fácil y eficaz, convencido de que la sabiduría allí contenida bastaba como "dispositivo o estructura" con una lógica inmanente, y así poder navegar por el océano de la vida.
No pudo usarlo para dialogar con los manchúes, es cierto. De nada le sirvió en este punto.
Y justo en este punto se desvanece todo y sale a flote que nada en este mundo que habitamos existe por sí mismo, independiente de todo lo demás. Vivimos o existimos en un Inter2-ser.
Eso sí, murió a los 72 años. Y dejó un legado importante sobre el I Ching, que el filósofo y sinólogo francés recoge para ponernos a repensar ciertos asuntos y temas desde una "exterioridad", y no ya desde un "otro". Por ejemplo, poner en jaque el binomio identidad-diferencia que tanto ha marcado (y marca a riesgo de morir por ideales sublimes) a nuestra cultura de civilización y barbarie. Es decir, cada uno tiene que empezar por casa, por la cocina, hacia el interior de nuestra psique.
Darle uso intensivo e inmanente al I Ching, "manipular-lo" para nuestro diario vivir. No es filosofía sino sabiduría no dual aplicada al juego de las polaridades dentro de un mundo siempre emergente y sin fundamentos, per se.
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